15 de julio de 2009

el chico que estornudaba flores

El chico que estornudaba flores vivía en la ciudad. Cuando digo estornudar flores no estoy hablando metafóricamente. Por flores, se entienden lirios, rosas chinas, orquídeas, claveles, fresias, jazmines. Por estornudo, me refiero al acto reflejo convulsivo de expulsión de aire desde los pulmones a través de la nariz y boca. A él le parecía normal inundar las calles, las casas, el consultorio, el trabajo, el colectivo, el subte, el auto, el supermercado, el banco, la plaza, el cine con infinitas flores cuando estaba resfriado. Era un rasgo más, como caminar sin pisar las líneas de las veredas, caminar bajo la lluvia sin paraguas. Sin embargo, el resto se sorprendía. Siempre había un grito de asombro por parte de las señoras casadas, mientras que por otra parte, los hombres lo miraban casi con asco, con desprecio: esto de estornudar flores es muy femenino. Las nenas con trenzas y dientes de leche observaban deslumbradas el espectáculo, pedían más y aplaudían. Los nenes desfilaban caras de sorpresa, que luego transformaban también en repulsión. Quizás para imitar a sus mayores.
Cierta vez, el chico que estornudaba flores se tomó el colectivo, y se ubicó en uno de los asientos dobles, que se encontraba vacío. Una muchacha de su misma edad, calculó él, se sentó al lado suyo. Se movía cadenciosa, con ritmo propio, vivía en otra sintonía. Al menos esa era la imagen que desprendía. El chico vio que de su bolso tomaba un pañuelo y se lo dirigía a la nariz. Ahí se produjo: al igual que él, ella desprendía flores en cada estornudo. En ese momento, el muchacho se sintió fascinado. Se sintió flotar en un aire etéreo, soporífero. Su alma gemela estaba ahí, a menos de un metro. Y también tenía flores en el cuerpo.
Ella se ruborizó frente a la mirada del muchacho, digna de un inspector que ve más allá de la superficie. Él bajó los ojos hirvientes, y le confesó la verdad. Su condición era igual, estaban predestinados a vivir juntos y morir juntos, esparciendo flores por el resto del mundo. Frente a sus palabras, ella esbozó una mueca de pena, quería morderse la lengua hasta sangrar antes de dejar que las palabras fluir. Sacó de su billetera una foto de un muchacho fornido que miraba sonriente a la cámara, rodeado de begonias, calas y violetas. Le explicó su relación, y diplomáticamente despreció la invitación a recorrer juntos el mundo, destilando felicidad y margaritas. Casi pidiendo perdón, la chica se apresuró torpemente y se acercó a la puerta trasera para descender del vehículo. El muchacho que estornudaba flores estaba irremediablemente solo. Antes era único en su especie, ahora sabía que no. Pero también sabía que la otra como él no estaba sola. Sin embargo, lo pensó dos veces: él nunca estuvo solo. Siempre tuvo a sus flores.

5 comentarios:

sofii dijo...

(L)

c. dijo...

Muy cute la historia y genial twelve angry men.
Sos una buena onda lola (y me re gusta tu nombre ja).
Beso, que andes bien :)

c. dijo...

Por ahora, Artes, pero siempre coqueteo con Letras jaja. Vos?

Damian! dijo...

Precioso Lola, presioso y doloroso tambien, me gusto fuera de bromas me encanto...
Saludos y abrazos y felicitancias, que andes de diez

Anónimo dijo...

Una historia diferente, me gusta porque no es el típico final feliz, pero no termina mal...

Saludos